Ventana Educativa y Cultural RRG

miércoles, 21 de julio de 2021

SIMÓN BOLÍVAR Y FERNANDA BOLAÑOS

 AUTOR: MAIRO RANGEL

 
La canción de sus antepasados africanos se repetía de generación en generación: “Dame un chinininmamuncia, que eta agua va a chumbla, dejá la mentidera, mamuncia, dame agua patomá”. Cada vez que veo estos trastos viejos me acuerdo de usted, S.E. –decía –  Es que la patroncita tenía razón, S.E. Usted es bien retemalcriado para tomá su medicina, mire adonde lo ha llevado todo, esa tos de perro bravo que no se le quita, y ese mal humor que le desfigura la cara. Ahora le cuesta reír tan siquiera un poquitico así – juntando los dedos en el aire.

Allá está pensativo otra vez. Y no deja de pensar, quién sabe en qué cosa. Yo que le preparo sus lentejitas, le bato bien la mazamorra, para que no le queden grumos pues, y le hago su torta melosa. ¡Ah, su torta melosa! Como le encanta llenarse el hocico con ese pedazo de pan con sabor a melao. La patroncita me contaba cómo se comía esa torta luego de las batallas diezmadas, dizque, con su solapa descompuesta, el rostro curtido de sol y tierra, y la boca más reseca que el desierto ecuatoriano.

Que negra Matea ni que ocho cuartos – soltando una carcajada – ella, asegún, le cocinó los mejores bocados a S.E. Habladurías de la gente. Pues, yo digo que con Fernanda Bolaños no hay fogón con cazuela más sabrosa. Deje la mentidera, Matea, deje la mentidera, porque usted está vivita y coleando por Maracay, y se puede encontrá con esta mulata que sabe defender lo que por herencia le han dado: cuidar a su mismisimo S.E. Y no le voy a torcer su voluntad, patroncita, porque Fernanda Bolaños le cumplirá, como siempre ha sido. ¿Sabe, mi ama? Entoavía guardo el pañuelo que me regaló cuando se fue a Paita. ¡Mi patroncita, Manuela!, cuantas confidencias. El amor entre usted y yo, patroncita, fue tan profundo, que no sabíamos donde terminaba su autoridad y donde empezaba mi sumisión. Nunca se separó de mí. Juntas como dos recién casados. Usted, toda una caballera, una oficiala patriota, toda una libertadora. Hasta el Sol del Perú honró su pecho. Una amante fiel, postrada a las querencias despejadas de maldad y traición.

“Los perros ladraron, patroncita”. Sí, lo recuerdo claramente aquel septiembre, cuando me dijo con rabia delirante que, gracias a los perros que ladraron en la medianoche, se dio cuenta que querían matar a S.E. Y con aquella voz de rayos y truenos me dijo “Ni Pedro Carujo en Bogotá, ni nadie, osará acabar con la vida del gran hombre de América”. Salvándolo una vez más. Cuanto la extraño, patroncita. Extraño los baúles cargados de trajes ¡Sus trajes! Extraño su risa agraciada cuando se limpiaba el rostro luego de bailar en los majestuosos salones ecuatorianos. Debe ser feo una negra llorando, patroncita. Si lloro es porque los negros también tenemos derecho a eso, patroncita. No me vaya a regañar, yo también soy un ser humano.

Claro, más ser humano que usted no hay, mi ama Manuela. Que más entrega que la de servir a la patria grande al lado del hombre que rompió las cadenas que nos colgaron los oligarcas y españoles. Llegarás a vieja al lado de tus animales tan queridos. Porque la bondad suele pagar con esa moneda, mi ama: vivir largamente. Y estoy segura que usted también estaría adolorida al ver a S.E. en este estado: flaco, con el rostro demacrado, mal humorado, sin brillo en los ojos, con una voz hueca. Cuando hace unos años su voz era viva, su mirada penetrante, y su espíritu enérgico. Ahora está muy pensativo, y algunas veces dice unas cosas que ni entiendo. Yo me apuro, quizás de susto, y le preparo un guarapito. Salgo corriendo y le corto unos mangos maduritos. Pero la bravura en el rostro no se le quita, y la boca se le pone más oscura mientras más bravo está. Como deseo esté usted aquí, mi ama, para que le sobe su pelo crespo y canoso, así como a lo niño chiquito. Escúchele la tos, no le deja paz. Entonces ésta es la batalla eterna de S.E. Esta enfermedad que de seguro lo llevará a la tumba.

Afuera están los generalotes esos. ¡Hipócritas, malencarados! Viera usted como tienen a S.E. parece un pobre diablo, casi esnúo. Mientras S.E. delira en fiebres, ellos juegan a las cartas y lanzan dados apostando a lo mejor contra la hora de su muerte.

Pero Fernanda Bolaños no se apartará en ninguna hora de S.E. Ahora sí entiendo a Matea, a Hipólita, y a quienes caracolearon caballos en su niñez con S.E. Se que sus horas son postreras, pero me siento la mulata más dichosa que negra africana haya parío. Porque estoy aquí, cerca del regazo del gran hombre, alimentándolo, curándolo, y atendiendo con solicitud incansable sus requerimientos. No lo está matando la tisis. No. Le está segando la vida las traiciones nefastas de los que, con envidia y mezquindad, ultrajaron la patria bajo el pretexto de una libertad verdadera.

¡Negras, mulatas, escuchen todas, soy Fernanda Bolaños, la última mujer que le demostró amor y lealtad al Libertador! La última que lo amó y complació su corazón.

“Dame un chinininmamuncia, que eta agua va a chumbla, dejá la mentidera, mamuncia, dame agua patomá”. Y la canción se repite de generación en generación.

FIN

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